El 24 de noviembre de 1859 fue un gran día para la ciencia. Ese día se publicó una obra que, aunque estaba orientada al círculo académico, tuvo un impacto científico, social, político y hasta religioso tan grande que sus réplicas se sienten hasta hoy. Ha pasado más de un siglo y medio, y On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life (Editorial John Murray, 1859) sigue generando tanta polémica que en Estados Unidos aún se discute si deberían enseñarse sus conclusiones como hechos científicos.
El libro fue escrito por quien entonces ya era un prestigioso naturalista y geólogo británico, un tal Charles Darwin, y su traducción al español sería Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de razas favorecidas en la lucha por la existencia. Para los amigos: El origen de las especies.
Pero, ¿qué podía ser tan polémico en un tratado de biología?
Bueno, partamos de la base que toda religión suele tener explicaciones bien completas sobre el orden del cosmos y el origen de todo lo que conocemos. No estamos diciendo que sean explicaciones creíbles, pero al menos tratan de abarcarlo todo.
Por eso, para la religión se considera maleducado andar diciendo que la Tierra no es el centro del universo o que el origen de las especies conocidas —incluyendo el ser humano— puede ser explicado por leyes naturales que prescinden de un ente divino. Así es que la publicación del libro generó una respuesta casi instantánea, una división de la sociedad e incluso un confrontamiento de ideas en la comunidad académica (Hodge 1874).
Es decir, que Darwin, con su prestigio académico, publicara un libro como ese, equivalía a que Jesús en persona publicara una crítica literaria de la Biblia diciendo que le pareció «entretenida» pero poco realista. Algo así como si J. R. R. Tolkien viera las películas que hizo Peter Jackson.
Como usted seguramente sabe, la teoría que desarrolla Darwin es conocida como la «teoría de la evolución por selección natural». Se trata de una de las ideas más influyentes en la historia de la ciencia, a la altura de las revoluciones científicas asociadas a gente que probablemente usted ha escuchado en más de una ocasión: Copérnico, Lavoisier, Newton, Hahnemann (?) o el mismísimo Albert Einstein... A ese nivel.
Pero, ¿de dónde salió esta teoría? ¿Y por qué se le ocurrió a él y no a otra persona? ¿O sí se le ocurrió a alguien más?
La vuelta al mundo en más de 1800 días
A los 22 años, edad en la que muchos jóvenes todavía están cabeceándose con los ramos que arrastran desde tercer año de universidad, Darwin ya había concluido sus estudios y se embarcó en una histórica travesía a bordo del bergantín británico HMS Beagle, dirigido por el capitán Robert FitzRoy. Algunos historiadores sugieren que FitzRoy haría este viaje para encontrar pruebas de la existencia de Dios: hábleme de ironías.
Otro hecho anecdótico es que la participación de Darwin en esta travesía peligró por culpa de su nariz. Sí, su nariz. FitzRoy era un seguidor de las ideas de Lavater y pensaba que la nariz de un hombre decía mucho de su carácter. Y, para el capitán, la nariz de Darwin expresaba debilidad, por lo que sería incapaz de resistir un viaje de esta naturaleza. Darwin persuadió a FitzRoy diciéndole: «my nose had spoken falsely» («mi nariz le ha mentido»), como quedó consignado en su autobiografía.
La expedición duró lo mismo que muchas carreras universitarias: 5 años (1831 hasta 1836).
Este viaje comenzó en el puerto de Davenport, el 27 de diciembre de 1831. Tardaron dos meses en atravesar el océano Atlántico para finalmente recalar en Río de Janeiro. Desde ahí, continuaron viajando hacia el sur, donde conocieron las costas uruguaya y argentina. Luego, a fines de 1832, llegaron a Tierra del Fuego, donde permanecieron dos meses, que Darwin aprovechó para hacer observaciones geológicas (algunas tremendamente precisas), botánicas, zoológicas y antropológicas.
Placa conmemorativa Cerro La Campana, región de Valparaíso
Siguiendo por Chile, cruzarían el Estrecho de Magallanes y tomarían rumbo norte, hasta arribar al puerto de Valparaíso en julio de 1834. Desde allí, Darwin emprendería varias expediciones hacia la zona central de Chile. De hecho, en el cerro La Campana hay una placa conmemorativa que recuerda el ascenso de Darwin.
En julio de 1835, luego de haber pasado por Coquimbo, Huasco, y Copiapó, el Beagle abandonó el puerto de Caldera para recorrer la costa peruana y las islas Galápagos. La expedición terminó en octubre de ese año, pero Darwin regresaría a Inglaterra un año después (1836) (fuente: Memoriachilena.cl)).
El trabajo de Darwin a bordo del Beagle consistió básicamente en recolectar ejemplares de flora y fauna, tanto actual como extinta. Todo esto sumado a observaciones muy precisas de ámbitos geológicos de distintos puntos del itinerario de la travesía. Todas las evidencias recolectadas y sus observaciones fueron consignadas en su diario de viaje, The voyage of the Beagle (1839), el cual fue fundamental para poder articular su obra magna.
Darwin, que, como buen científico, tenía la habilidad de ver relaciones que para otros pasan desapercibidas, se dio cuenta de que, por ejemplo, algunas especies de ñandú se distribuían en latitudinales similares, y en estrecha proximidad geográfica (Rhea americana y Pterocnemia pennata). También descubrió similitudes morfológicas entre especies ya extintas con algunas actuales que él recolectó, lo cual le sugería un origen común de parentesco.
Cuando volvió a Inglaterra después del largo viaje, Darwin se dedicó a catalogar todas sus muestras, hacer análisis taxonómicos, paleontológicos, comparativos... En fin, una de las partes más tediosas de la ciencia. Esto no podría hacerlo solo, por lo que se asoció con célebres naturalistas y paleontólogos de la época. Época en que no existía el e-mail ni FEDex, por eso no es raro que su obra haya visto la luz 20 años después del regreso del Beagle...
De hecho, los ejecutivos de Aliexpress, consideran que Darwin se demoró mucho.
Entendiendo la evolución un fósil a la vez
Si no está muy familiarizado con el tema, usted podría pensar que El origen de las especies es un libro de cocina que le enseña a seleccionar naturalmente el jengibre y la pimienta en determinados platos. Pero tengamos en cuenta que Darwin, como hombre y como científico, probablemente no sabía ni cocer una papa. Aunque sí habría podido trazar el origen común de varias especies de tubérculos y descubrir que las papas, el jengibre y todos los vegetales que desarrollan fotosíntesis descienden de una endosimbiosis entre una cianobacteria y un organismo unicelular. Lo que no es muy útil para la cocina, pero sí es un buen tema para conversación de sobremesa.
Sin embargo, la obra de Darwin fue fundamental para entender el mundo que nos rodea. Sus principios han calado tan hondo que ahora no nos resulta raro hablar de «evolución», «ancestros comunes» y «selección natural» aplicado a todo (incluso a los memes). Pero en la época de Darwin había muchas personas que intentaban entender de dónde había surgido tanta diversidad de especies en el mundo, y para ello utilizaban cualquier herramienta que tuvieran a mano: ciencia, religión o filosofía. Seguramente, este interés no habría sido posible de no ser por la gran cantidad de viajes de descubrimiento y colonización que realizó Europa en el siglo XIX.
Sin embargo, gran parte de las ideas planteadas para explicar el origen de la diversidad de seres vivos eran articuladas desde la religión predominante en Europa. El mérito de Darwin —y su principal pecado— fue proponer por primera vez una teoría evolutiva que no necesitase de un creador como pieza clave. Y esto basándose en años de observaciones empíricas de miles de especímenes, vivos y extintos, recurriendo a vastos análisis en el ámbito de la biología, la geología, paleontología, taxonomía, anatomía comparada, botánica y zoología. La obra de Darwin unifica e integra estas disciplinas en forma tan completa, que construye un marco conceptual completamente nuevo para la ciencia.
Así es que la revolución de Darwin no está sólo en que su teoría no necesitara de intervenciones divinas, sino también en el cambio de paradigma científico. Y, como suele ocurrir con este tipo de revoluciones, su asimilación tiende a ser lenta y compleja.
La obra de Darwin generó polémica desde su concepción. De forma muy ambiciosa, Darwin propuso un mecanismo —la selección natural— que podría explicar toda la diversidad de seres vivos en la Tierra, desde bacterias hasta moluscos, flores, peces, lagartos, hongos, árboles, cucarachas, primates y antivacunas. Todo esto ocurriendo en forma natural a lo largo de la historia evolutiva, sin manos que guíen el proceso, y es por eso que se requieren millones de años para que un dinosaurio tenga un descendiente cóndor.
Selección natural
De acuerdo a Darwin (1859), la variedad de formas que observamos son producto de un proceso que él describe de la siguiente forma: «Ocurre que nacen más individuos de cada especie de los que pueden sobrevivir. En consecuencia, es frecuente que exista una pugna recurrente por la existencia. De esta forma, cualquier ser vivo que posea alguna variación, sin importar lo leve que sea, que le provea alguna ventaja a sí mismo, bajo las complejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá una posibilidad mayor de sobrevivir y, por lo tanto, de ser naturalmente seleccionado. Si consideramos además el fuerte principio de la herencia, cualquier variedad seleccionada tenderá a propagarse en su nueva y modificada forma».
A pesar de su estilo poético, la idea planteada por Darwin es sorprendentemente simple. Lo que sugiere es que organismos complejos habrían surgido mediante la acumulación gradual de modificaciones sucesivas. Cada modificación «mejora» la probabilidad de sobrevivir del individuo en su lucha por la existencia. Todo esto se engloba en un concepto tan brillante como sencillo: «descendencia con modificación». Es así justamente como, muchas veces, definimos «evolución».
No podemos desconocer que Darwin sin duda se inspiró en algunas ideas del economista británico Thomas Malthus quien, en un ensayo llamado «Sobre principio de la población» (An essay on the principle of population; publicado en 1798), plantea un colapso inevitable de la sociedad industrial debido a la relación entre la escasez de recursos y el crecimiento poblacional. Darwin leyó dicho ensayo durante su travesía en el Beagle y aplicó esta idea a la naturaleza bajo la siguiente lógica: a medida que aumenta el número de individuos en una población, la cantidad de recursos disponibles (alimento, espacio, luz, nutrientes, etc.) se verá limitada. Esto llevará inevitablemente a una lucha por la existencia. De esta forma, algunos rasgos favorables en ciertos ambientes permitirán enfrentar esta lucha de mejor forma y, por lo tanto, le brindarán al individuo favorecido mayores probabilidades de sobrevivir. Por consiguiente, el individuo con ventaja, dejará más descendencia que otros individuos menos favorecidos. Es así como estos rasgos ventajosos serán transmitidos a generaciones subsecuentes.
Sin embargo, nuestro querido Carlitos fue un poco más lejos, y planteó la que debe ser una de las aseveraciones más osadas en la historia de la ciencia: «Si se pudiera demostrar que un organismo complejo pudo no ser formado por numerosas, sucesivas y ligeras modificaciones, mi teoría sería completamente inválida». Póngase en el contexto: Un tipo en 1859 está asegurando, en contraposición a todo el conocimiento de aquella época, que todas las especies presentes en la tierra tienen un origen común, el cual se explica por múltiples modificaciones sucesivas heredables de una generación a otra durante millones de años. ¡Eso lo planteaba un tipo que no sabía ni que existía el ADN!
Darwin habló de «unidad de herencia», pues aún no aparecía ante sus ojos un señor de apellido Mendel, a pesar de que hay registros de que ambos conocían, al menos de nombre, la obra del otro. Más notable aún: la imagen que se formula en la cabeza de Darwin sobre cómo se relacionan las especies es sorprendemente precisa.
A la izquierda, la hipótesis de Darwin. A la derecha, una filogenía de los mamíferos publicada el 2007 (Zhe-Xi Luo Nature 450, 1011-1019)
Luego de más de 150 años, el concepto de selección natural ha sobrevivido en esta lucha por su existencia, tal como la teoría misma lo predice. Hemos ido perfeccionando y entendiendo cada vez más al respecto. Y no es raro que la conclusión a muchas discusiones en el área sea a menudo «Darwin tenía razón». Su teoría nos permite explorar preguntas como ¿por qué las tortugas viven tanto? ¿Por qué las abejas tienen estos hábitos reproductivos? ¿Por qué los pandas comen bambú? ¿Por qué esta bacteria vive acá y no allá? ¿Qué relación tiene una piña con una mora?
Como dijo alguna vez Theodosius Dobzhansky, «Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución», y para explicar la evolución, el mecanismo más notable es el propuesto por Charles Darwin...
Algún día me voy a tatuar este árbol. De hecho, mucha gente lo ha hecho.
¿Sólo por Darwin?
La historia le ha dado todo el crédito a Darwin. Sin embargo, hubo otro naturalista brillante que llegó a las mismas conclusiones de forma contemporánea e independiente: Alfred Russel Wallace (1823-1913). De hecho, en círculos científicos, la teoría de evolución por selección natural la conocemos como teoría Darwin-Wallace. Para que lo tenga en cuenta.
Gran parte de la motivación de Darwin por publicar El origen de las especies viene de una carta que recibió del propio Wallace, ante lo que escribió:
Jamás vi coincidencia más impresionante; ¡si Wallace tuviera mi borrador escrito en 1842, no habría podido realizar un resumen mejor!
Charles Darwin.1
](https://www.etilmercurio.com/em/wp-content/uploads/2016/11/20a-79.jpg) Carta de Wallace a Darwin, con una impecable caligrafía, la cual sólo un farmacéutico podría descifrar.
Sin la carta de Wallace informando a Darwin sobre su teoría, quizás El origen de las especies habría demorado 20 años más en ver la luz. Pues cuando Darwin recibió el manuscrito de Wallace, también comenzó a preocuparse por la primicia (aunque las malas lenguas también dicen que a nuestro amigo Carlos no le gustaba escribir).
De esta forma, se organizó rápidamente una lectura conjunta de los trabajos de Darwin y Wallace para la sociedad Linneana de Londres, sesión que tuvo lugar en julio de 1859 con el nombre de
«On the Tendency of Species to Form Varieties; and on the Perpetuation of Varieties and Species by Natural Means of Selection. By CHARLES DARWIN, Esq., F.R.S., F.L.S., & F.G.S., and ALFRED WALLACE, Esq. Communicated by Sir CHARLES LYELL, F.R.S., F.L.S., and J. D. HOOKER, Esq., M.D., V.P.R.S., F.L.S, &c.1 (Fuente: darwin-online.org-uk)
(Como detalle, ninguno de los dos estuvo en dicha sesión. Darwin estaba en el funeral de su hijo y Wallace en Nueva Guinea).
La sesión en donde se presentaban estas revolucionarias ideas pasaron sin pena ni gloria. Lo único que se publicó al respecto fue una reseña del Trinity College de Dublín en donde decían: «todo lo que era nuevo era falso, y todo lo que era verdadero era viejo». Difícilmente se imaginaron el revuelo que se armaría una vez que se publicaran esas ideas...
Controversias instantáneas
El origen de las especies tuvo un gran impacto en el pensamiento científico europeo de la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, la aceptación de Darwin y su teoría fuera de Europa dependió de las contingencias históricas y sociales de cada región y es un proceso que se encuentra aún en curso (Medel & Veloso 2009).
Esta caricatura fue publicada en la en la revista The Hornet en 1872 bajo el nombre de «A Venerable Orangoutang». En ella, Darwin es dibujado como un primate como forma de burlarse de su teoría evolutiva de ancestría común.
Una idea de esta naturaleza, que se contrapone tanto al conocimiento como a las ideas propagadas por la religión, provocó controversias instantáneas. Darwin se vio incluso ridiculizado por sus pares.
Por ejemplo, Louis Agassiz (1807-1873), geólogo, zoólogo y anatomista comparativo, especialista en peces fósiles, profesor a la Universidad de Harvard en 1847, fue particularmente duro: se burló de la teoría darwiniana en el momento de su aparición en 1859 y se negó a reconsiderar esta postura. Un año después de la publicación del libro declaró: «La falacia de la teoría del Sr. Darwin sobre el origen de las especies por medio de la selección natural puede encontrarse en las primeras páginas de su libro, donde examina la diferencia entre los actos voluntarios y deliberados de selección aplicados metódicamente por el hombre en la crianza y desarrollo de las plantas cultivadas y las influencias casuales que pueden afectar animales y plantas en estado natural. El origen de toda la diversidad entre los seres vivos permanece como un misterio tan totalmente inexplicado como si el libro del Sr. Darwin jamás hubiera sido escrito, porque ninguna teoría sin el soporte de los hechos [...] puede ser admitida por la ciencia».
Por otra parte, el geólogo y palentólogo canadiense, John W. Dawson (1820-1899), cuyas publicaciones paleontológicas estaban inspiradas en creencias religiosas, se rehusó a admitir que los humanos pudiesen descender de ancestros «inferiores». Dawson afirmaba, de hecho, que la especie humana apareció en la Tierra en una época reciente: «En resumen, la lucha por la existencia es un mito, y su empleo como un medio de mejoramiento es aún más mítico» (Dawson, 1860).
Sin embargo, hubo otros científicos a los que Darwin influyó de forma positiva, como Thomas Huxley (1925-1985) o Ernst Haeckel (1834-1919; Si no conoce a Haeckel, mire sus ilustraciones acá). Más aún: Huxley, por su férrea defensa a la teoría de la evolución, fue llamado «el dogo de Darwin».
Huxley declaraba: «...y cuando él presenta ante nosotros los resultados de 20 años de investigación y reflexión, debemos prestar atención aun cuando estemos dispuestos en contra» (Huxley 1859). «La hipótesis del Sr. Darwin sobre el origen de las especies ocupará su lugar entre las teorías establecidas de la ciencia, tendrá sus consecuencias cualesquiera que sean. Si, por otra parte, el Sr. Darwin erró, sea de hecho o en razonamiento, sus seguidores pronto encontrarán los puntos débiles de su doctrina, y su extinción por alguna aproximación más cercana a la verdad ejemplificará su propio principio de la selección natural» (Huxley, 1859).
Una teoría que se mueve con el tiempo
Darwin sabía, sin embargo, que una de las piezas faltantes en el rompecabezas era una «unidad de herencia»: esta era fundamental para que su teoría fuese válida. Esta unidad de herencia es algo que es casi obvio para nosotros: los genes.
Con el surgimiento de la genética, la teoría de la evolución por selección natural tomó mucho más fuerza, surgiendo la llamada «teoría sintética de la evolución» o «Neodarwinismo». Esta síntesis, cuyos principales artífices fueron Ronald Fisher, J. B. S. Haldane y Sewall Wright, engloba las ideas de Darwin con la teoría genética de Mendel como base de la herencia, a las mutaciones aleatorias como fuente última de variación genética, y a la genética de poblaciones.
Hoy en día, en la era de la genómica, a medida que los estudios en biología evolutiva avanzan a pasos agigantados, estamos entendiendo cada vez más cómo los genes se combinan en una sorprendentemente amplia gama de mecanismos reguladores para poder generar sistemas complejos llamados «fenotipos» en organismos de toda índole, desde protozoos hasta seres humanos. Entender cómo la selección natural favorece a estos fenotipos que han sido modificados a lo largo de millones de años de historia evolutiva para poder estar mejor adaptado a su ambiente, pero que aún así son capaces de adaptarse a nuevas circunstancias, son preguntas centrales en biología evolutiva.
Todo esto ha sido posible gracias a la luz de una idea propuesta hace más de 150 años por un loco llamado Charles Darwin... Y Alfred Russel Wallace, por cierto.
Referencias
•
Darwin, C. R. 1859. On the origin of species by means of natural selection, or the preservation of favoured races in the struggle for life. London: John Murray. [1st edition].
•
Medel R, Veloso A. Establecimiento y Propagación del Darwinismo en Chile: Recepción y Elaboración de las Ideas. Gayana (Concepción) [Internet]. 2009 [citado 24 de noviembre de 2016];73. Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-65382009000300002&lng=en&nrm=iso&tlng=en
•
Pérez V. CUANDO CHARLES DARWIN PUBLICÓ EL ORIGEN DE LAS ESPECIES (1859). Anales del Instituto de la Patagonia [Internet]. 2009 [citado 24 de noviembre de 2016];37(2). Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-686X2009000200006&lng=en&nrm=iso&tlng=en
•
OpenLearn. Extract from Origin Of Species [Internet]. History of science. 2006. Disponible en: http://www.open.edu/openlearn/history-the-arts/history/history-science-technology-and-medicine/history-science/extract-origin-species
•
C. Darwin. El origen de las especies por medio de la selección natural. Tomo II [Internet]. Madrid; 1921. Disponible en: http://darwin-online.org.uk/converted/pdf/1921_OriginSpanish_F776.2.pdf
•
Padian K. Darwin’s enduring legacy. Nature. 7 de febrero de 2008;451(7179):632–4.
•
Pagel M. Natural selection 150 years on. Nature. 12 de febrero de 2009;457(7231):808–11.
•
Luo Z-X. Transformation and diversification in early mammal evolution. Nature. 13 de diciembre de 2007;450(7172):1011–9.