Idea original: Cristina Dorador, Ilustración: Alexa Garín-Fernández @microbioale
Y cuando me vaya tu cariño he de llevarme
Tal vez mañana regresaré para quedarme
Illapu
Los humanos somos una convivencia de distintos organismos. Somos bacterias, arqueas, hongos, protistas, virus y células humanas. Todo junto y mezclado configura nuestra esencia, lo que somos. Las relaciones que tenemos con los demás van moldeando esta figura humana que se difumina con su nube microbiana, nos vemos, pasamos por el lado en la calle sin tocarnos, pero nuestra estela orgánica y viva queda en el aire, en el pelo del otro, en las barandas de las escaleras, en el abrazo, en el beso.
Se ha calculado que alrededor de un 50% de nuestras células son microbianas, es decir, no podemos decir con certeza que somos ‘puramente’ humanos; somos más bien un ‘ecosistema humano’, interrelaciones entre distintos organismos que son claves para nuestra existencia ‘humana’. Los microorganismos están presentes en todo nuestro cuerpo, impregnados en él, profundamente inmersos en los tejidos, huesos y órganos. Hay aproximadamente 200 gramos de bacterias en nuestro cuerpo, la mayor cantidad de microorganismos se ubican en el intestino. Lo que comemos es digerido y consumido por microorganismos presentes en nuestro sistema digestivo, altamente adaptados a las condiciones ambientales del estómago (pH ácido), intestino delgado e intestino grueso. Somos lo que comemos y nuestras bacterias son nuestro fiel reflejo. Se ha reportado que el microbioma intestinal se adapta rápidamente al cambio de dieta, lo cual muestra la diversidad de estilos de alimentación presentes en los humanos. Mientras más diverso comamos, más diversidad microbiana tenemos.
Los microorganismos del intestino están relacionados con el cerebro (eje intestino-cerebro), producen neurotransmisores (por ejemplo, serotonina) y su abundancia y diversidad puede relacionarse con distintos estados de ánimo e incluso con enfermedades como el síndrome del colon irritable entre otras.
Cada persona tiene un microbioma diferente, en términos generales los grupos de microorganismos son similares (a niveles taxonómicos superiores), sin embargo, a nivel de especies o tipos microbianos se observan claras diferencias. Los humanos emiten hasta un millón de partículas biológicas por hora, es decir, todo el tiempo estamos diseminando partes de nuestro ecosistema humano. De esta forma, cada persona tiene una nube bacteriana distinta que va dispersando en el espacio y el tiempo; si tuviésemos ojos de microscopio podríamos apreciar el ‘aura’ microbiana de otros.
Nube microbiana de Pig-Pen
La piel es la interfase física que existe con el entorno, por lo tanto es la primera vía de contacto con otros microorganismos. Cada parte de nuestro cuerpo tiene un microbioma diferente. Las bacterias de la cara son diferentes a las de los pies y las de la espalda son distintas a la de las manos. Cada sector de la piel se configura como un hábitat particular para grupos microbianos específicos. Así nos podemos ir imaginando que la interacción humana es una transferencia de microorganismos: “dame tu amor, dame tus bacterias”.
El primer amor de la vida es el primer inóculo microbiano que proviene de la madre al hijo que está por nacer. El intestino del bebé recién nacido tiene una cantidad baja de microorganismos, cuyo metabolismo está relacionado específicamente con la degradación de la leche materna humana. Es decir, ya antes de nacer hay bacterias esperando convertir el alimento materno en energía y materia para el crecimiento del bebé. La leche materna tiene cientos de distintos tipos de azúcares (oligosacáridos) que son degradados por microorganismos entregando además factores de inmunidad para la guagüita. Así la leche materna se convierte en la vía láctea del Universo microbiano humano. Por todo esto no da lo mismo cómo se nace (parto natural o cesárea) y cómo los bebés se alimentan.
Las etapas posteriores del desarrollo son encuentros y desencuentros microbianos, vamos conociendo al mundo, nos bañamos en el mar y jugamos con tierra; tenemos mascotas y jugamos con nuestros amigos; así nuestro microbioma se va complejizando del mismo modo como entendemos nuestra existencia.
El encuentro con alguien de forma amorosa es un evento sin igual, se establecen conexiones emocionales y físicas entre dos personas; y lo mismo ocurre a nivel microbiano. Son comunidades microbianas diferentes que se encuentran, se mezclan, se reconocen, se alejan, en una danza de texturas, colores y olores. Y en ese trance, Illapu nos dice: “Tu voz morena me dio el amor sin ataduras; tu sangre nueva todo tu sol llenó mis venas”, en la sangre nueva viajan los nuevos microorganismos visitantes de este nuevo cuerpo, dar amor es entregar bacterias.
Durante un beso de 10 segundos se pueden compartir hasta 80 millones de bacterias. Todo depende de si nos lavamos los dientes antes o si nos habíamos comido un completo en la once. Así se conjuga una danza microbiana en nuestra boca, todo depende del tipo de beso, como dice Mon Laferte “Un beso lento, un beso tierno” o al mismo tiempo “Un beso encendido, un beso gasta'o”. Las bacterias que se transfieren en un ósculo se quedan en la boca, entran al cuerpo, algunas se alojan en el intestino y pueden cumplir funciones específicas; así vamos sintiendo amor: “Hoy el sol no hace falta, está en receso; la vitamina D me la das tú con un beso”, y no sólo vitamina D, también otros metabolitos.
Transferencia bacteriana, o también conocido como El Beso, Gustav Klimt
Si la relación resulta, las parejas pasan más tiempo juntas e incluso viven en un mismo hogar. Esta relación consistente en el tiempo produce que los microbiomas de dos personas tiendan a parecerse, el vínculo amoroso se vuelve un vínculo biológico; un nexo invisible que no podemos borrar de un día para otro. Estamos impregnados del otro. Shakira si sabe de microbioma humano, en sus canciones relata las distintas partes del cuerpo y sus ganas de vivir el amor: “Ya sabes, mi vida, estoy hasta el cuello por ti, si sientes algo asi, quiero que te quedes junto a mi”. Incluso ha confesado que no se baña los domingos y con ello su microbioma se enriquece.
Imaginemos la vida junto a otra persona, la rutina de alimentación, de interacción diaria se convierte también en dinámicas microbianas. Este microbioma ‘común’ se traslada a los hijos e incluso a las mascotas. Tiene sentido microbiano decir que las mascotas se parecen a sus dueños (y viceversa).
Las parejas que viven juntas logran tener comunidades microbianas tan parecidas, que es posible conocer las relaciones entre las personas analizando su microbioma. Es decir, las comunidades microbianas de una pareja son distintas a la de otras. Durante una relación sexual se transmiten microorganismos, algunos pueden ser patógenos (enfermedades de transmisión sexual), pero otros no y van conformando y afianzando el amor microbiano.
“Y nuestros cuerpos festejaron juntos ese deseado y esperado encuentro, y un sol muy rojo te guiñaba un ojo, mientras se disfrazaba de aguacero”.
El amor puede ser una experiencia duradera y estable, esa añoranza por el otro, por el futuro, por seguir juntos como bien señalara Víctor Jara “Cuando llego a la casa estás ahí, y amarramos los sueños… Laborando el comienzo de una historia sin saber el fin”.
Sin embargo, como dice el dicho popular ‘nada es para siempre’ y es posible que el amor termine. La separación física y emocional es triste y dolorosa; cuántas veces hemos llorado por ese amor que se va y que no vuelve más. Las mismas lágrimas van lavando de a poco el microbioma del ausente, lentamente, hasta que no queda (casi) nada. A veces un 'clavo saca a otro clavo' y comenzamos otra relación, alegrías nuevas, felicidad fresca, amor renovado, flamantes nuevos microbiomas. Y todo florece.
Hay amores que perduran por largo tiempo, nunca realmente olvidamos. Se quedan con nosotros como una marca invisible o como microorganismos en nuestra piel o intestino para siempre. La influencia microbiana de ese amor pasado puede persistir por mucho tiempo y hay que aceptarlo como una contribución a la diversidad de nuestras experiencias y de nuestra biología.
A veces los amores que se van regresan, pero otras no. Se van para siempre. Cerati bien sabía de aquello: “Quedabas esperando ecos que no volverán, flotando entre rechazos del mismo dolor, vendrá un nuevo amanecer. Separarse de la especie por algo superior no es soberbia, es amor”