Yo hubiese querido que el artículo se llamara «Diez cosas que no sabías de Humboldt; la octava te sorprenderá», pero los editores de este medio son extremadamente científicos (?) y no permiten tomarse ese tipo de licencias. En efecto, lo que más sorprende acerca de Alexander von Humboldt (Berlín, 1769 – 1859) es lo poco que sabemos de él; o ,si se prefiere, lo mucho que hemos olvidado de un personaje clave en la configuración del pensamiento científico contemporáneo. La reciente publicación de La invención de la naturaleza: El Nuevo Mundo de Alexander von Humboldt, de la historiadora británica Andrea Wulf, viene en parte a hacer justicia sobre este olvido. Y me ha dado una excusa para animarme a escribir sobre uno de mis héroes personales.
Romántico rockstar
Don Alejo —así le decimos los amigos— fue un romántico, pero uno de los de verdad, de los amigotes de Schieller y Goethe. Fue gracias al romanticismo alemán —y por su intermedio gracias a Kant— que Humboldt pudo construir una manera de mirar la naturaleza profundamente novedosa y radicalmente distinta a la de sus pares. Reconocía que para hacer de la naturaleza un objeto científico era indispensable observarla, medirla y clasificarla, y se dedicaba con ahínco a aquello. Pero también, diría, había que «sentirla y comprenderla desde la imaginación», maravillarse por ella, comprometerse con ella. Al hacerlo, más allá de incorporar a sus libros pasajes descriptivos de gran belleza literaria (tenía buena pluma Don Alejo), revolucionó para siempre la manera en cómo la ciencia se entendió a sí misma y entendió la naturaleza como objeto de estudio.
De yapa, ofrecería a otro de mis héroes personales, Henry David Thoreau, el puente que necesitaba para ser a la vez un poeta y un naturalista de excepción.
Don Alejo fue un humanista, enemigo furioso de la esclavitud o, como la llamaba él, «el gran demonio». Se lo dijo en su cara a los gringos en la Casa Blanca y a los españoles en sus virreinatos. Se fascinó por la cultura, la lengua y las creencias de los indígenas americanos: pasó meses descifrando el calendario azteca y reconstruyó a partir de un loro parlanchín la lengua de sus antiguos dueños, los maipures, desaparecidos en una guerra tribal. De vuelta a Europa promovió la idea del indígena y sus sociedades como nobles, complejas y sofisticadas, opuesta a la figura del salvaje en boga en la época. Fue también un partidario temprano y entusiasta de la independencia de América Latina, amigo cercano e influencia importante en Simón Bolívar y fiel apañador de los nacientes gobiernos. «El real descubridor de América fue Humboldt», diría Bolívar, «pues su trabajo sirvió más a nuestro pueblo que todo el realizado por los conquistadores».
Spheniscus humboldti, o Pingüino de Humboldt: una de las tantas especies bautizadas en su nombre. De la población mundial de esta especie, el 80% se encuentra en la III y IV regiones de Chile, en la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt.
Don Alejo fue un rockstar, una figura mundialmente reconocida y venerada. Un diario francés de la época se refirió a él como «el hombre más importante después de Napoleón», lo que en la primera mitad del siglo XIX era un piropo, sobre todo si —como era el caso— Napoleón no estaba en el club de fans. Era capaz de hipnotizar a los salones de la época con su erudición, saltando ininterrumpidamente de un tema a otro y hablando a la velocidad del rayo. Vivió de la herencia que le dejó su padre, suficientemente cuantiosa para financiar su pasión: pagar por sus experimentos, viajes, equipamientos, publicaciones y para hacer mecenazgo entre jóvenes científicos promisorios. Algo así como su Conicyt personal. Por lo demás, sólo un rockstar tiene montañas, parques, glaciares, corrientes marinas, minerales, ciudades, más de 300 plantas y 100 animales nombrados en su honor. Ah, y el Mare Humboldtiamum en la Luna, una cosa poca. En 1869, las celebraciones de su centenario fueron apoteósicas, con multitudes en las calles de París, Moscú, Buenos Aires, Melbourne y Ciudad de México. Sólo en el Central Park se reunieron 25 mil personas, 80 mil en Berlín.
Don Alejo fue un enamorado: de los cerros, de los volcanes, de América, de las nuevas teorías de sus pares, del conocimiento libre (habría sido en nuestros días, estoy seguro, un fiero defensor de los open access journals), de los instrumentos de medición, de París (odiaba Berlín, donde le tocó vivir la mayor parte de su vida) y de sus enamorados (sin demasiada estridencia y con poca preocupación por el qué dirán, Don Alejo nunca entró realmente al clóset).
Observar, clasificar, medir y no morir en el intento
Alexander von Humboldt fue, ante todo, un hombre de ciencia. Esa era su religión.
El Sistema de Corriente de Humboldt (que él NO bautizó, ojo) que baña las costas chilenas desde Chiloé (42ºS) hacia el Norte. Un sistema tremendamente heterogéneo, con un gradiente de temperatura asociado a la latitud, influencia de aguas antárticas (lo que explica por qué es tan fría el agua, por qué viven pingüinos en ella, etc), influencias hidrológicas, focos tremendamente productivos... Un gran desafío para las especies que lo habitan.
Un elemento constitutivo de la ciencia moderna es la capacidad de observar, medir y clasificar cada vez con mayor precisión. Para hacerlo se necesitan muchas cabezas pensando durante años para construir teorías, modelos e instrumentos híper sofisticados capaces de producir la evidencia necesaria para hacer avanzar el conocimiento. De ese esfuerzo colectivo y de esa aventura intelectual nacen maravillas que, de cuando en cuando, nos vuelan la cabeza. En 1799, cuando Humboldt inició el legendario viaje que lo llevaría durante cinco años de las profundidades Orinoco a las cumbres de los Andes, esto de observar, clasificar y —sobre todo— medir, no era cosa fácil. En realidad, era un cacho. Porque los instrumentos eran frágiles e imprecisos, los recursos limitadísimos, no había una comunidad de pares a la mano a quien preguntar y los viajes eran una odisea. Pero además existía otro pequeño inconveniente: se podía morir en el intento.
Don Alejo no se fijó en gastos y mandó a traer los mejores instrumentos disponibles en ese momento en Europa: termómetros, barómetros, telescopios, microscopios, brújulas, sextantes, octantes, electromagnetos, altímetros... 42 de ellos, para ser precisos.
Ahora bien, una cosa es tener los instrumentos y otra cosa es poder usarlos. Y, como buenos naturalistas, Humboldt y su socio de aventuras, el botánico francés Aimé Bonpland (cuya historia da para otro libro), entendían que para medir y recolectar especímenes era necesario a veces arriesgar el pellejo. Con su cajón de instrumentos a cuestas montarían una canoa para pasar cuatro meses y medio remando 2.700 kilómetros por el Orinoco y sus afluentes (ayudados por 4 remeros indígenas contratados: era antiesclavista, pero no iluso), evitando jaguares, cocodrilos y serpientes, deformados por las picaduras, atacados por fiebres súbitas, salvando in extremis de las corrientes y rápidos. A veces debían esperar días para que se disipara la densa nube de mosquitos que impedía ver el cielo y usar el sextante. Haciendo experimentos sobre galvanismo —una teoría popular en aquellos años— con la temible Gimnotos electricus del Orinoco (algo así como el Rolls Royce de las anguilas eléctricas) recibiría una descarga que lo tendría varios días en la pitilla.
Fascinado por la geología, durante su paso por Ecuador emprendería una expedición que lo hizo subir 5.878 metros del volcán Chimborazo, rompiendo el récord mundial de altura hasta la época (le faltaron 300 metros para la cima). Y eso sin el equipamiento adecuado, con mala salud (siempre fue medio ñecla), sin guías (lo abandonaron todos a medio camino), zapatos rajados y una mochila cargada de pesados instrumentos para llevar a cabo las mediciones de altura, temperatura y presión atmosférica más extremas conocidas hasta entonces.
Valió la pena
Aquí la infografía del Chimborazo que hizo Don Alejo. Esta y otras de sus bellas obras están disponibles en el sitio web de la Biblioteca Estatal de Berlín.
Nada lo detuvo, no se murió y los sacrificios no fueron en vano: a lo largo de su expedición logró identificar y corregir un sinnúmero de errores en los mapas existentes y probar la existencia y ubicación exacta del Casiquiare, un canal natural que unía las cuencas hidrográficas del Orinoco y el Amazonas. Los hidrógrafos de entonces lo consideraban una leyenda imposible: no existían registros en el mundo de un curso que uniera dos cuencas autónomas.
La expedición llevaría de vuelta a Europa 6 mil especies de plantas, de las cuales 2 mil eran desconocidas para los botánicos europeos. Eso representaba, para que se haga una idea, 1/3 de las especies conocidas a fines del siglo XVIII.
Sus registros en la cima del Chimborazo le permitirían años después al químico y físico Gay Lussac corroborar las propias conseguidas utilizando globos a gran altura, haciendo avanzar en forma importante las ciencias atmosféricas. Más destacable aun para mi gusto, produciría varias de las más innovadoras, bellas y brillantes infografías científicas de todos los tiempos. Su gaturgemalde (por supuesto que los alemanes tienen una palabra para decir a la vez «caracterización de la naturaleza» y «sentido de unidad») correlaciona vegetación, zoología, composición geológica, altitud, régimen de lluvias y temperatura de una manera impensada hasta ese momento. Es un intento titánico y pionero por explicar visualmente que, en la naturaleza, todo se mezcla con todo.
Una teoría de todo
Si sus aventuras de explorador fue lo que lo convirtió en una celebridad mundial, su capacidad intelectual incomparable lo hizo el punto de referencia para la incipiente comunidad científica de la época.
Las disciplinas científicas todavía estaban en pañales en términos de diferenciación, lejos de la hiperespecialización necesaria para su desarrollo actual. En prácticamente cada campo de la ciencia moderna, la primera mitad del siglo XIX estaba poblado de «padres fundadores». El propio Humboldt, de hecho, es considerado el «padre fundador» de la geobotánica, es decir, el estudio de la relación entre las plantas y la superficie terrestre. Pero más allá de su especialidad la correspondencia de Humboldt muestra cómo se carteaba de tú a tú —y pido perdón por el name dropping, pero es inevitable en este caso— con Alessandro Volta (inventor de la batería eléctrica), Antoine Lavoisier (padre de la química moderna), con el astrónomo Laplace, el matemático Babbage (padre del concepto de computador programable), con Von Liebeg (que descubrió la importancia del nitrógeno como nutriente de las plantas), Lyell (uno de los padres de la geología moderna), Lamark (quien acuñó, cosa poca, el término «biología»), Georges Cuvier (figura clave de la paleontología) y Humphry Davi (padre de la electroquímica y el primero en aislar, entre otras cosas , el magnesio, el calcio, el sodio y el potasio). Por nombrar algunos.
Pero la gracia de Humboldt no es sólo su capacidad de entender en detalle el trabajo de sus pares. Lo suyo era conectar esas disciplinas, de integrarlas más allá de lo que sus propios «padres fundadores» podían ver y llevarlas de la mano a niveles explicativos más avanzados. En la cabeza de Humboldt, entender la naturaleza no consistía en subdividir, diferenciar y clasificar especies y fenómenos, sino en reunirlos y entenderlos como un solo cuerpo con su entorno para explicarla en su conjunto. Años después, uno de sus más entusiastas admiradores, el naturalista alemán Ernst Haeckel, le pondría a esa visión un nombre pegajoso: ecología.
Aquí las ilustraciones y anotaciones que hizo Humboldt sobre las anguilas que le hicieron cariño en el Orinoco. También las puede encontrar disponibles en la Biblioteca Estatal de Berlín.
Nadie antes, y muy pocos después, han sido capaces de producir tanto a partir de un cuerpo de evidencias recolectadas apenas en cinco años en los inicios de una carrera de 60. La exploración americana de Humboldt daría inicio a un sinfín de publicaciones: libros de divulgación, relatos de viajes, Atlas, ensayos científicos para especialistas y su ambicioso Kosmos, un deliciosamente ilustrado tratado en cinco tomos con que Humboldt echa toda la carne a la parrilla. Esos libros hicieron soñar a generaciones completas, despertaron vocaciones, inspiraron ideas y agrandaron el mundo.
Uno de esos libros volvería al nuevo continente en la cabina de un joven pasajero que, de tan mareado, no podía hacer otra cosa que leer en su camarote. Entre los pocos libros que había solicitado especialmente al capitán llevar consigo estaba el voluminoso Narrativa personal de su viaje a América, con el que Humboldt tanto lo había inspirado y empujado a lo que estaba iniciando. El barco se llamaba Beagle, el capitán se llamaba Fitz Roy y el joven pasajero, que aún no sabía que cambiaría para siempre la historia de la ciencia, era el mismísimo Charles Robert Darwin.
Anexo para ñoños:
Que otros científicos bauticen especies en tu nombre es habitualmente un honor (que no es el caso de esta polilla). Nuestro amigo Alejo cuenta con una amplia lista para sentirse honrado:
Tricholomopsis humboldtii. Incluso callampas tiene bautizadas en su honor.
Conepatus humboldtii - Zorrillo de Humboldt. Inia geoffrensis humboldtiana - Es una subespecie de delfín del Amazonas o delfín rosado. Histiotus humboldti – Murciélago de orejas marrones grandes de Humboldt. Spheniscus humboldti - Pingüino de Humboldt. Catostomus occidentalis humboldtianus - Pez chupador. Broteas humboldti - Escorpión venezolano. Eigenmannia humboldtii - Pez eléctrico. Pichia humboldtii – Levadura. Anthurium humboldtianum - Cala. Tricholomopsis humboldtii – Hongo. Mammillaria humboldtii – Cactus. Lilium humboldtii - Azucena de Humboldt. Phragmipedium humboldtii - Orquídea Humboldt. Quercus humboldtii - Roble suramericano. Annona humboldtii - Arbusto neotropical. Utricularia humboldtii - Planta utricularia carnívora. Geranium humboldtii - Geranio. Salix humboldtiana - Sauce llorón suramericano.
Referencias
Helferich, G. Humboldt's Cosmos: Alexander von Humboldt and the Latin American Journey That Changed the Way We See the World. New York: Gotham Books; 2004. 358 p.
Von Humboldt, A. Views of Nature. Chicago: University of Chicago Press; 2014. 344 p.
Wulf A. The invention of nature: Alexander von Humboldt’s new world. First American Edition. New York: Alfred A. Knopf; 2015. 473 p.