En 1995, hace 24 años, miles de jóvenes protestaban en Chile por un evento que ocurriría a miles de kilómetros de distancia. Ese año, Francia proyectaba realizar pruebas nucleares en el Atolón de Mururoa en la Polinesia Francesa.
La sola idea de ver en vivo y en directo la fúngica explosión en medio del Océano Pacífico era aterradora. Pese a las protestas en todo el mundo, Francia incluida, la prueba se hizo de todas formas. Chile, en particular, fue uno de los países más activos: para muchos, fue la primera protesta postdictadura.
De hecho, Chile es un país en el que las protestas por la protección del medio ambiente movilizan a mucha gente: Hidroaysén, los glaciares amenazados por Barrick Gold, los proyectos mineros en el Parque Nacional Lauca, las centrales termoeléctricas, las centrales hidroeléctricas Ralco y Alto Maipo...
Pero el desafío que enfrentamos hoy es mucho mayor. No es algo que afecte solo a Chile, no es un problema de una corporación minera, de una empresa forestal, de algunas salmoneras o siquiera de un gobierno. Es el sistema económico mundial, la forma de entender la riqueza y hasta nuestra vida diaria lo que nos está matando. No solo a los seres humanos, sino a miles de especies en el planeta.
No es exageración: nuestra civilización está a punto de colapsar y actuamos como si no pasara nada. Como si el agua dulce, las tierras cultivables, los peces y los bosques fuesen recursos infinitos.
Cada día, nos levantamos a hacer nuestra rutina comportándonos como si todo fuese a seguir igual mañana. Como si siempre hubiese existido la Coca-Cola, la minería a gran escala, los computadores y las casi infinitas variedades de comidas que se pueden encontrar en restoranes y supermercados. Y actuamos como si todo esto fuese a continuar así, para siempre.
Nada más lejos de la realidad.
Muchos niños, niñas y jóvenes de hoy son mucho más conscientes de lo que está en juego. Saben que el mundo actual se parece más a una película de terror que a una publicidad de un mall. Los bosques están siendo destruidos en masa o se están quemando en incendios monstruosos que ni una flotilla de «supertankers» podría apagar. Los insectos están desapareciendo. Los arrecifes de coral están muriendo. No hay playa que no tenga basura de algún tipo —incluso lugares tan remotos como las islas Azores en el Océano Atlántico o Rapa Nui, a miles de kilómetros de cualquier continente, reciben toneladas de desperdicios plásticos—.
La globalización no significa solo outsourcing, televisores de última generación a precios bajos y Amazon a domicilio: la rapiña medioambiental y los desechos son un subproducto de la industrialización. Son requisitos de esta.
La pésima gestión de desechos (en los que se incluye también los gases de efecto invernadero) en los países industrializados (y los no tan industrializados) ha reducido enormemente la biodiversidad mundial. Se han perdido especies emblemáticas y muchas otras que ni siquiera alcanzamos a describir.
La fragmentación del hábitat y las prácticas asociadas a la industrialización nos están asfixiando. La desigualdad hace que los más pobres (no solo los países, sino también las zonas más pobres de países ricos), mujeres y niños sean los más afectados por el cambio climático y los desechos.
En países como Chile, donde el modelo económico depende íntimamente de la extracción indiscriminada de los recursos naturales, no hay casi esperanzas. ¿Cómo se puede regular una industria cuyo espíritu es la destrucción del ecosistema? Toda acción de mitigación del impacto de la minería o de la industria forestal es loable, pero sigue siendo eso: mitigación.
Basta ver los efectos en las cuencas hídricas en el norte debido a la minería a gran escala y a la producción de litio, el recambio de cerros milenarios por tranques de relaves, la epidemia de balsas jaulas con salmones hacinados revueltos en antibióticos en lagos y mares del sur o la marea de pesticidas y carbono en el centro del país. Todo eso sumado a los desastrosos efectos del cambio climático —cada vez más cotidianos— delinean un panorama que podría ser catalogado como «dantesco» si el periodismo no hubiese abusado del concepto hasta despojarlo de todo significado.
La producción de CO2, el principal gas de efecto invernadero y el villano principal del calentamiento global, no se detiene. Pese a que existen acuerdos y tratados que buscan disminuir las emisiones, este no ha sido un tema que se haya tomado en serio: hay líderes mundiales que niegan la existencia del cambio climático o solo se preocupan por el impacto en la productividad que tendría enfrentar el tema con seriedad.
Generalmente, cuando se habla de cambio climático o efectos en el ambiente, el lenguaje es muy condescendiente, está lleno de eufemismos. Los términos son neutrales y tienden a bajar el perfil de los hechos. Podríamos dejar de hablar de «cambio climático» y decir, en cambio, «caos climático» o «ruptura climática». No son términos exagerados: los efectos que está teniendo el aumento de la temperatura global pueden conducir a una extinción masiva de especies, tal como ocurrió hacia el final del periodo Pérmico. Hablar de «escepticismo hacia el cambio climático» suaviza en exceso la situación: alguien que se rehúsa a creer en las evidencias del desastre que se viene no es un escéptico, es un negacionista.
Propuesta de cambios en conceptos relacionados con el calentamiento global para dar cuenta de lo urgente que es reaccionar. El lenguaje crea realidad. Fuente: @GeorgeMonbiot
Y esa es la voz que trae desde la diferencia Greta Thunberg.
El 20 de agosto de 2018, una niña llamada Greta Thunberg comenzó su protesta contra el cambio climático. Se sienta fuera del parlamento sueco todos los viernes (#FridaysForFuture) con un cartel que dice: «Skolstrejk för Klimatet» («protesta escolar por el clima»). De a poco, sus compañeros de colegio y de ciudad se fueron sumando y así, como una congregación de gaviotas en el mar, fueron ellos, los más jóvenes del planeta, los que salieron a la calle.
Actualmente, las protestas de los viernes son frecuentes en Londres, Berlín, Sydney, París y cientos de ciudades más.
Protestas de los viernes desde agosto del 2018. La marcha de este 15 de marzo es el mayor evento contra el clima realizado a nivel mundial. Fuente: https://www.fridaysforfuture.org/events/graph
Greta Thunberg ha tenido la oportunidad de hablarles directamente a los líderes mundiales, esos hombres de terno y corbata que se movilizan en aviones privados y guardan sus riquezas en paraísos fiscales. A los presidentes del mundo, a los que deciden dónde será el siguiente conflicto armado. Les habló mirando a los ojos: «I don’t want you to be hopeful. I want you to panic. I want you to feel the fear I feel every day. And then I want you to act» («No quiero que sean optimistas. Quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días. Y luego quiero que actúen»).
En su discurso en la Conferencia COP24 de Cambio Climático de la ONU (la misma que se realizará en Chile en Diciembre de 2019), Greta Thunberg dijo: «We cannot solve a crisis without treating it as a crisis. We need to keep the fossil fuels in the ground, and we need to focus on equity» («No podemos resolver una crisis sin tratarla como una crisis. Necesitamos mantener los combustibles fósiles bajo tierra y necesitamos enfocarnos en la equidad»).
Ya no hay tiempo. Se acabó.
Su voz ha sido tan profunda que ha movilizado a millones de personas en todo el mundo. Este 15 de marzo, se realiza una marcha mundial en contra del cambio climático, un evento inédito cuya mayor artífice es, sin duda, Greta.
Su revolución (porque eso es), hizo que se le otorgara el galardón de la mujer del año en Suecia. Recientemente, ha sido propuesta como candidata a recibir el Premio Nobel de la Paz. Greta, una joven de 16 años que tiene trastorno del espectro autista, mutismo selectivo y sufrió depresión hace unos años, asegura que esta protesta ha sido su terapia. Ella dice: «Me siento con más energía, más feliz, puedo tener algo que tiene sentido, algo que hacer». Quizás ese haya sido el empujón para que muchos levanten su mirada hacia el horizonte y, con una lucidez indómita, hoy salgan a las calles.
Greta Thunberg en Estocolmo, Suecia.
Discurso de Greta Thunberg en COP24, Polonia, Diciembre 2018
Mi nombre es Greta Thunberg. Tengo quince años. Soy de Suecia. Hablo en representación de «Climate Justice Now». Mucha gente dice que Suecia es un país muy pequeño y que no importa mucho lo que hagamos. Pero he aprendido que nunca eres lo suficientemente pequeño como para no poder hacer una diferencia. Y si unos pocos niños pueden aparecer en titulares alrededor del mundo solamente por faltar a clases, imagina lo que podríamos hacer todos juntos si realmente nos lo propusiéramos. Pero, para hacer eso, tenemos que hablar fuerte y claro, sin importar lo incómodo que pueda ser lo que tengamos que decir. Ustedes solamente hablan de «crecimiento económico verde eterno» porque tienen demasiado miedo de ser impopulares. Solo hablan de avanzar con las mismas malas ideas que nos han llevado a este desastre, incluso cuando la única opción sensata que va quedando es apretar el freno de emergencia. Ustedes no son lo suficientemente maduros para decir las cosas como son: hasta ese problema nos lo dejan a nosotros, los niños. Pero a mí no me interesa la popularidad. Me interesa la justicia climática y el planeta viviente. Nuestra civilización entera está siendo sacrificada para que un número muy pequeño de personas puedan seguir ganando cantidades enormes de dinero. Nuestra biósfera está siendo sacrificada para que gente rica en países como el mío viva llena de lujos. Los sufrimientos de muchos pagan los lujos de unos pocos. En el año 2078, voy a celebrar mi cumpleaños número 75. Si tengo hijos, quizás pasen ese día conmigo. Quizás me pregunten por ustedes. Quizás me pregunten por qué ustedes no hicieron nada cuando todavía había tiempo para actuar. Ustedes dicen que aman a sus hijos por sobre todas las cosas y aun así están robándoles su futuro frente a sus propios ojos. Hasta que no comiencen a enfocarse en lo que de verdad hay que hacer en vez de en lo que es políticamente factible, no habrá esperanzas. No podemos solucionar una crisis si no la tratamos como si fuera una crisis. Debemos mantener los combustibles fósiles bajo tierra y necesitamos enfocarnos en la equidad. Y si no es posible encontrar soluciones usando las reglas del sistema, quizás es porque el mismo sistema es el que debe ser cambiado. No hemos venido acá a rogarle a los líderes mundiales. Nos han ignorado en el pasado y nos ignorarán de nuevo. Se nos han agotado las excusas y se nos está agotando el tiempo. Hemos venido acá a hacerles saber que el cambio va a venir, quiéranlo o no. El verdadero poder pertenece al pueblo. Gracias.
¿Qué nos queda por hacer? Mucho. Actuar y ahora. Nuestras niñas, niños y jóvenes ya lo están haciendo y cuando les toque ser adultos y tomar decisiones ya no quedará planeta que proteger.