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La ciencia como instrumento político: el lysenkoísmo

Autor
Invitado Especial
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Fecha de Publicación
2021/06/25
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Escrito por Iván Quezada (@elbo_tanico), biólogo, doctor en botánica.
A mediados de junio de 2021, cuando se dieron a conocer los programas de gobierno de los candidatos a la presidencia de la República de Chile, en redes sociales se generó un tsunami de críticas, juicios, opiniones extremas y promesas de ajuste posterior. Uno de esos programas generó (por su vehemencia plasmada en texto) que dentro de ese tsunami se destilara un concepto que muchos teníamos medio olvidado y que, en realidad, no deberíamos olvidar: «lysenkoísmo».
Pero, ¿qué es el lysenkoísmo? ¿Cuál es su origen? ¿Por qué es importante no olvidarlo? Y, sobre todo, ¿tiene alguna relación con el Lysoform?
El lysenkoísmo deriva del nombre del ingeniero agrónomo soviético Trofim Denísovich Lysenko. Este señor vivió en Rusia durante la primera mitad de la era soviética y, por varias razones, era el científico favorito del régimen, siendo especialmente regalón de Stalin (1).
Lysenko, el Daniel Craig agrónomo.

Ya, sabemos que era un científico. Pero, ¿qué es el lysenkoísmo?

Pues bien, resulta que al señor Lysenko no le bastaba con pensar formas de mejorar el rendimiento de las plantaciones de papas para hacer más vodka. Durante la primera mitad del siglo XX, Lysenko desarrolló una serie de postulados filosóficos que lo hicieron oponerse a la genética y a cualquier tipo de agricultura basada en la ciencia moderna.
Vale mencionar que Lysenko tenía una visión bastante peculiar del lamarckismo (una de las corrientes que trataba de explicar, sin éxito, la evolución de las especies): afirmaba que las especies evolucionan por «voluntad» al «buscar» modificarse para alcanzar mejores condiciones (2). A partir de estos postulados, Lysenko creía que sería posible convertir, casi por arte de magia, el trigo de invierno en trigo de primavera (dos variedades distintas, que requieren distintas condiciones para germinar).
Pero para entender esto un poco más, necesitamos volver atrás y entender el lamarckismo, la corriente que inspiró el lysenkoísmo.

Lysenkoísmo, larmarckismo... ¿Qué viene después? ¿Salfatismo?

Simplificando muchísimo, el lamarckismo es una corriente derivada de los postulados de Jean-Baptiste Lamarck, un naturalista francés que escribió su propia teoría de la evolución de las especies unos 50 años antes que Charles Darwin (o sea, Lamarck hablaba de evolución mucho antes de que fuera mainstream). Lamarck, sin embargo, le asignaba importancia a «las ganas» de los padres de desarrollar características para sus crías.
Veamos un ejemplo: las jirafas. Para la teoría de la evolución, el largo cuello evolucionó porque los individuos de cuello más largo sobrevivieron más y dejaron mayor descendencia (selección natural en el sentido muy amplio), el lamarckismo proponía que las jirafas intentaron tanto llegar a las hojas mas altas, que las generaciones siguientes iban saliendo con el cuello más y más largo porque sus padres se la pasaban «estirando el cogote».
Podríamos decir, entonces, que las jirafas evolucionaban a pura voluntad. Y esta voluntad capaz de alargar cuellos se transmitía a las generaciones siguientes (3).
De los creadores de «el pobre es pobre porque quiere» llega el superéxito lamarckista: «Los animales tienen cuellos cortos porque no le ponen empeño».

Ya, pero no nos dejen con cuello: ¿qué pasó con Lysenko?

El problema es que al régimen, especialmente a Stalin, le encantó la idea. Esta parecía apoyar los postulados marxistas-estalinistas que hablaban de la moldeabilidad de la naturaleza humana, no estando esta limitada por la herencia genética. Además, servía para la máquina de propaganda de una URSS que en los años 30 pasaba por una hambruna severa. Así, los postulados de Lysenko se convirtieron en la "nueva biología" del régimen estalinista, en tanto cosas como la genética se convirtieron en "enemigas del mundo obrero”, y el ADN, cuando fue descubierto, una “superstición de los medios occidentales”.
El asunto es que Lysenko proponía que, en lugar de ir seleccionando variedades vegetales para obtener las más resistentes y/o productivas, era mejor hacer injertos, inducir la floración... Cualquier acción que forzara a las especies a «mejorar a voluntad». Sorprendentemente, a pequeña escala tuvo algo de éxito, lo que lo hizo conocido y le permitió escalar en la academia soviética. Aunque luego, a gran escala, sus «instrucciones prácticas» para la agricultura, tales como enfriar el grano antes de plantarlo, nunca resultaron muy bien. Pero bueno, hasta entonces, nada tan terrible, «otro científico equivocado», podríamos decir. Esos tipos pasan desarrollando hipótesis que no se comprueban y las refutan con la evidencia. Así funciona la ciencia, ¿no?
Pues no. Lysenko no estaba dispuesto a descartar sus ideas por algo tan pequeño como la evidencia. Y como era tan leal al régimen soviético y sus propuestas desafiaban la ciencia occidental capitalista, Stalin lo consideró un científico brillante, el que dictaba las normas de la ciencia «buena» (es decir, la ciencia que apoyaba las ideas del régimen). Así, el mismo Stalin puso a Lysenko a cargo del Instituto de Genética en la Academia Soviética de Ciencias y presentó el lysenkoísmo como LA teoría biológica de la URSS (4). Y todos sabemos lo que significaba que Stalin pensara que una idea era la única buena.
Entre las décadas de 1930 y 1960, Lysenko fue el jefe supremo de la ciencia agrícola soviética. Pero, como era de esperarse, sus resultados eran magros y sus experimentos fallaban, chocando duramente con la realidad. Aunque muchos se dieron cuenta de que estaba completamente «perdido» en sus teorías, nadie se atrevía a desafiarlo abiertamente: Lysenko, que tenía el monopolio de la comunicación de la ciencia agrícola en la Unión Soviética, se limitaba a maquillar sus resultados y responder con violencia. Era tal su poder, que se calcula que unos 3.000 científicos fueron encarcelados, muchos de ellos ejecutados o dejados morir en las cárceles por contradecirlo y/o investigar sobre genética, biología celular o neurofisiología, entre otras disciplinas.
En suma, toda la investigación soviética en genética fue destruida. No se debía investigar ni enseñar esas ideas «occidentales». ¿Y bajo qué figura encarcelaron y ejecutaron científicos? Alta Traición. Ni más ni menos (5).
Recién en los años 1960, cuando la Unión Soviética comenzó despertar de la borrachera del estalinismo, las teorías de Lysenko fueron desbancadas. Al camarada Lysenko lo llevaron de una oreja a una granja experimental donde no hiciera más desastres. Pero el daño estaba hecho: la Unión Soviética inició un lento proceso de recuperación en las ciencias biológicas, atrasadas medio siglo respecto a las potencias occidentales.
En palabras de Andréi Sajarov, físico soviético, Lysenko «es responsable del vergonzoso atraso de la biología y genética soviéticas, en particular por la difusión de visiones pseudocientíficas, por el aventurismo, por la degradación del aprendizaje y por la difamación, despido, arresto y aun la muerte de muchos científicos genuinos» (6). Aunque Lysenko murió negando haber tenido responsabilidad en la muerte de otros científicos (1), sí se prestó para dar un relato de ciencia cómodo para el régimen: el hecho innegable es que mucha gente murió o fue encarcelada por oponerse a ese relato.
Lysenko dejó su huella en la historia y su apellido hoy se vincula a la abierta y total sumisión de la ciencia a la política (o a la religión, llegado el caso).
¿La ciencia es política? Yo, personalmente, creo que lo es. Pero también creo que si dejamos que la ciencia se someta a la política, a cualquier política, ya no es ciencia. Es servilismo. Acá vimos cómo le sirvió a Stalin, pero no podemos olvidar que también hubo muchos científicos que se sometieron al nazismo, sirviendo a Hitler. Y también, a veces, algunos se han sometido a regímenes teocráticos.
La ciencia debe cuestionar todo, incluso a sí misma, incluso sus propios métodos. Y el poder debe permitir que la ciencia cuestione todo, libremente, aceptando que los resultados de esa ciencia provienen de la evidencia, aunque no sean lo que quieran escuchar. Es duro, pero es la única forma de hacer bien las cosas.
La ciencia es esa amiga que es difícil de escuchar porque le dice la verdad y no necesariamente lo que usted quiere oír. No podemos andar eligiendo la ciencia que nos gusta solo porque apoya nuestras ideas. Y, como lo ha demostrado la actual pandemia por Sars-CoV-2, el camino es solo de bajada si aquellos que están en posiciones de poder eligen escuchar solo el pedacito de ciencia que les refuerza sus creencias, ignorando la investigación que no les habla suave y al oído.

Referencias

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