Imagen: Archivo de la Fundación Violeta Parra
Este es el post número 100 de Etilmercurio y queremos celebrarlo con uno de los hitos más importantes de 2017: el centenario de Violeta Parra.
Nombrar a Violeta es congregar un sinnúmero de elementos, sensaciones, habitares y relatos de nuestro país. Violeta Parra fue científica, naturalista, investigadora, observadora del mundo y de la dura realidad social del Chile de mediados del siglo XX.
«El Árbol de la vida» Arpillera de Violeta Parra. 1963. 135 x 97,5 cm. Tela bordada. Fuente: Museo Violeta Parra
En este post conmemorativo, la doctora Anabella Arredondo Paz nos muestra cómo Violeta Parra retrataba las enfermedades y la muerte sin explicación, sin consuelo, de tantos adultos e infantes que rodearon su existencia. Los versos de Violeta reflejan con dolorosa fidelidad la vida diaria de tantas familias chilenas del siglo pasado. Allá en la pampa, en la ruralidad del campo o en los suburbios de la gran ciudad, «solo el amor con su ciencia_, nos vuelve tan inocentes»._
Su legado trasciende lo netamente cultural y literario. Violeta hizo un review de una realidad que no puede volver a repetirse: el morir por falta de vacunación o por negligencia. Hoy, gracias a la labor de muchísimas mujeres y hombres de ciencia, existen medidas para evitarlo. Para vivir vidas más largas y con menos dolencias que en los tiempos de Violeta.
Leyendo a Violeta Parra: la viruela y las tradiciones ante la muerte
«Velorio del angelito», 1964. Óleo sobre tela. Fundación Violeta Parra.
Pocos textos son tan explícitos en la descripción de una enfermedad transmisible como las décimas de Violeta Parra cuando se refiere a la viruela. Enfermó a los cuatro años durante un viaje en tren entre Santiago y Lautaro, en 1921. Esto es retratado en la obra de teatro actual Ayudándola a sentir. En sus versos relata sus vivencias de la terrible enfermedad y la relaciona con el viaje.
y la fiebre me daba agravios
la sed me quita el resuello
En este estado tan cruel
Termina la diligencia
Salimos de la presencia
Fatal del maldito tren
Sus décimas reflejan la virulencia de la enfermedad y lo democrática que era: no discriminaba por edad ni por nivel socioeconómico.
*Cayeron grandes y chicos
Con la terrible epidemia
Más grande que la leucemia;
Murieron pobres y ricos.
Al hoyo un tal Federico;
Al saco Juan Pimentel
Y dos qu’ estaban con él;
Unos tales Pérez Caro
Que visitaron Lautaro
Jamás pudieron volver
Hoy día no recordamos la viruela, pues está erradicada en el mundo entero, una hazaña conseguida gracias a la vacunación. En Chile había brotes frecuentes, por lo que las vacunas eran elaboradas en el Instituto Bacteriológico (actual Instituto de Salud Pública). Su administración fue obligatoria desde 1920 y se hacían campañas tan masivas como la del año 1950; ese año, en respuesta a un brote, se logró vacunar al 90% de toda la población del país. La viruela era una enfermedad muchas veces mortal y los sobrevivientes sufrían un daño profundo en la piel y las mucosas, lo que les dejaba cicatrices para toda la vida. Así lo relata Violeta:
Tres meses pasó en ayuno
con ese terrible grano,
que le arrancó de las manos y pies
de raíz las uñas.
Su cuerpo es una pezuña,
Sólo un costrón inhumano
Ella se describe a sí misma con mucha ternura recordando cómo era antes y lamenta la gran injusticia de haber enfermado y de cómo ese hecho cambió su vida, quitándole no solo belleza sino la inocencia.
La niña que al tren subió
de cinta blanca en el pelo,
abrigo de terciopelo,
sandalitas de charol,
gentiles como una flor
la acompañaron por bella
por su boquita grosella,
sus ojos tan refulgentes.
Mamá emocionadamente
le da mil gracias a ellas.
Mas, el destino traidor,
le arrebató sin piedad
por puro gusto, no más,
su bonitura y candor
Se siente culpable por haber sobrevivido y porque sin querer su familia ayudó a transmitir la enfermedad a otros al permitir que la visitaran mientras estaba enferma. Habla con mucha familiaridad de la muerte llamándola «la flaca».
Vinieron muchas visitas
algunos a saludar
algotros, a preguntar
cómo estaba la guagüita
detrás d`esa palabrita
la flaca estaba acechando
porque se van contagiando
los pobladores s’espantan
no saben qu’está pasando…
nadie sospecha jamás
quién era la causadora
de tales malditas horas;
seguro no se sabía.
Fue grande la mortandá
Que ocasionó la inocente. (Parra, V., 1998, pp. 43-45)
La enfermedad le dejó cicatrices especialmente en el rostro, lo que le hizo sufrir las burlas de sus compañeros desde que ingresó al colegio a los seis años. A pesar de ser excelente estudiante, como lo fue también su hermano Nicanor, para ella el colegio fue una experiencia muy amarga y lo detestó. La enfermedad la asimila a una falta contra la sociedad que queda en evidencia por las marcas – estigmas que deja (1).
Aquí principian mis penas,
lo digo con gran tristeza,
me sobrenombran maleza
porque parezco un espanto.
Si me acercaba yo un tanto,
miraban como centellas,
diciendo que no soy bella
ni pa' remedio un poquito.
La peste es un gran delito
para quien lleva su huella
Mejor ni hablar de la escuela
la odié con todas mis ganas
del libro hasta la campana
del lápiz al pizarrón
del banco hasta el profesor
Cuando tenía ocho años falleció su hermano Caupolicán, de dos meses, por neumonía. A pesar de que en esa época estaba prohibido, la familia le hizo un tradicional velorio del angelito que la impresionó sobremanera (2).
El velorio del angelito es una tradición española que nació del sincretismo cultural por la presencia arábica y luego fue traída a América por los conquistadores. Estaba muy arraigado en el campo y era muy frecuente, pues la mortalidad de lactantes y niños era elevadísima. Cuando se produjo la migración del campo a la ciudad esos elementos culturales se opusieron a las nuevas pautas impuestas desde el Estado. El ritual pasó a ser entonces un elemento de identidad y de resistencia cultural de los sectores populares desplazados (3).
Manuel Antonio Caro Olavarria, El Angelito. Velorio de un infante en el ámbito rural. Chile, 1873.
(Vicuña, 1915, p.176): «Desde el cielo el angelito intercederá por sus familiares para que ninguna tragedia o enfermedad los dañe».
Los niños eran ataviados con una túnica blanca, una corona de flores, sus pómulos eran maquillados con carmín para disimular la palidez de la muerte y en la espalda se le ponían alitas.
Durante días enteros se festejaba el tránsito al cielo y obligaba a trocar la pena en alegría, el dolor en gozo: estaba prohibido llorar. Patricio Kaulen lo muestra en la película Largo viaje, de 1967. Fuente
Mucho después, Violeta sufrió la muerte de otro infante: su hija Rosita Clara, ahijada de Margot Loyola, murió a los dos años por una neumonía, mientras ella estaba fuera de Chile. Esta situación la llena de culpas.
Cuando yo salí de aquí
dejé mi guagua en la cuna
creí que la mamita Luna
me la iba a cuidar a mí,
pero como no fue así
me lo dice en una carta
p'a que el alma se me parta
por no tenerla conmigo;
el mundo será testigo
que hei de pagar esta falta
En su tristeza encuentra consuelo cuando muy luego, en una vuelta de mano del destino, le nace una nieta.
Por último les aviso
Que Dios me quitó mi guagua
Y echó a funcionar la fragua
Que tiene en el paraíso
Pasó por Valparaíso
En una linda corbeta
Que brilla como un cometa,
Me dice: en este vapor
Me llevé a tu hija menor
Pero te tengo una nieta
Cerca de terminar su vida, vuelve al tema de la muerte infantil con una de las últimas composiciones que escribió, del canto a lo divino, el rin del angelito, en el que rinde homenaje a la tradición ya perdida, sin incorporar lo festivo:
Adónde se fue su gracia
y a dónde fue su dulzura
por qué se cae su cuerpo
como la fruta madura.
Cuando se muere la carne
el alma busca en la altura
la explicación de su vida
cortada con tal premurala explicación de su muerte
prisionera en una tumba
Cuando se muere la carne
el alma se queda oscura.
Violeta transformó en poesía y canto el dolor, lo que le debe haber traído consuelo. Se sintió culpable por sobrevivir, por contagiar a otros, por estar distante y tuvo la genialidad de transformar también este elemento en verso y canto.
Construyó una relación estrecha, casi familiar, con la muerte, que de seguro la acompañó en su momento final, cuando se encontró con su vieja amiga, la flaca.
Este año hemos recordado los 100 años de su nacimiento, la redescubrimos y nos asombramos ante el abismo de su genialidad. Somos afortunados por contar con una mujer tan trascendental en nuestro acervo cultural.
Gracias, Violeta Parra.
Referencias
1.
María Nieves Alonso. La s oberanía sobre la muerte. El caso Violeta Parra. Atenea 504 II Sem 2011 pp 11-39
2.
Victor Herrero: Después de vivir un siglo. Penguin Random House, 2.017
3.
El rin rin del angelito. El velorio del angelito como un elemento de resistencia de los sectores populares. Siglo XIX, Santiago.U. Academia Humanismo Cristiano Tesis Licenciada en Historia, 2016
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