En la década de 1940, una joven estadounidense postulaba a la Universidad de Swarthmore para estudiar astronomía, que era su pasión desde niña. Se cuenta que la encargada de admisiones no se tomó en serio la entrevista y le aconsejó que se dedicara a pintar escenas astronómicas, ya que le gustaba la pintura (no, esto no es un chiste) (1). La postulante se llamaba Vera Cooper (luego de casarse sería conocida como Vera Rubin) y ella sería la astrónoma que mostraría con sus mediciones que para que las galaxias giren como lo hacen, se necesitaría de un cambio en las leyes físicas de atracción a gran escala o de la existencia de una «materia oscura» (que, hasta donde sabemos, no tiene mucho que ver con el Lado Oscuro). Por cierto, Vera Rubin fue una víctima más del maldito 2016 (un año que nos ha hecho llorar por más muertes que cualquier temporada de Juego de tronos).
El caso de Vera Rubin no es algo aislado: recordemos, por ejemplo, todo lo que le costó a Marie Curie ganarse un puesto académico, o que la historia de la computación incluye a varias mujeres brillantes (Ada Lovelace, Margaret Hamilton y las mujeres del programa ENIAC), aunque actualmente exista una clara dominación de hombres en el área.
El hecho es que parece existir la idea generalizada de que ese único cromosoma Y (junto a las particularidades anatómicas que eso significa, incluyendo ese miembro que carece de baculum) daría, mágicamente, mejores aptitudes para las disciplinas científicas. Una idea que no tiene sustento en evaluaciones internacionales como la que realiza el Programme for International Student Assessment (PISA) (2). Entonces, si no es por una diferencia de aptitudes, ¿por qué no hay más mujeres haciendo ciencia?
Esa es una de las preguntas que intenta responder un estudio encargado por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt), que revela las dificultades que viven las mujeres que se dedican a investigar en áreas STEM (por sus siglas en inglés: Science, Technology, Engineering y Mathematics).El estudio se basó en 1.459 encuestas a directivos, estudiantes de Programas de Doctorado STEM, además de académicos y académicas de todo el país. Las encuestas fueron complementadas con metodologías cualitativas (revisión documental, entrevistas semiestructuradas y focus group).
¿Y a qué conclusiones llegaron? Pues bien, muchos de los resultados son esperables. Por ejemplo, el cuestionamiento de las competencias académicas es más frecuente en mujeres que en hombres (31% contra 11% en el caso de directivas vs. directivos, 36% contra 10% en el caso de académicas vs. académicos) y ellas siguen viviendo más situaciones de acoso que ellos. Es chocante ver que el 31% de las directivas dice haber sufrido contactos físicos no deseados, vs. el 5% de los directivos; en el caso de las académicas, un 13% dice haber vivido esa situación vs. un 1% de los académicos; en estudiantes, 16% de mujeres vs. 3% de hombres (3). De hecho, uno de los testimonios recogidos por el estudio es muy claro: una estudiante dice que denunciar el acoso sexual podría «matar» su vida académica.
Pero lo que (a nuestro juicio) resulta más interesante es que los hombres en general ignoran estas dificultades vividas por las mujeres. Así, un 57,9% de los académicos encuestados considera que la carrera académica avanza con igual rapidez para ambos sexos, a diferencia de las académicas, que opinan que es más rápido para los hombres con un 76,8%. En ese sentido, el principal obstáculo identificado por las académicas fue la «conciliación de la vida familiar», con un 41%, muy por sobre los «recursos económicos» (19%) o incluso el «poco reconocimiento de sus pares» (12%).
La ciencia es una mala madre (y padre)
Cerros y Ramos (4) afirman que las mujeres que laboran (y en especial las mujeres que laboran en áreas de alta competitividad, como la academia) «enfrentan una serie de discursos en función de los roles y estereotipos tradicionales». Quizás uno de estos estereotipos más potentes es el de la «mala madre»: «una mujer narcisista, sin empatía, centrada en sus propios intereses, insensible a las necesidades de sus hijos». Socialmente, se considera que una mujer que trabaja fuera del hogar sería una «mala madre», y por este hecho podría provocar trastornos psicológicos o carencias emocionales a sus hijos (4).
El problema es que, al incorporarse al mundo del trabajo, la mujer continúa desempeñando las tareas que se le asignan socialmente (labores domésticas, cuidado de niños, niñas y personas enfermas...). En ese sentido, los diversos estudios analizados por Cerros y Ramos muestran que muchas académicas efectivamente se ven sometidas a estas presiones, pero otras también dicen reconocer en la familia una fuente de apoyo importante ante el estrés laboral (4).
Pero lo que queda más que claro es que los obstáculos para desarrollar la carrera académica son muy distintos para hombres y para mujeres. Y, además, las mujeres experimentan en mayor medida el bajo reconocimiento de sus pares y la conciliación con la vida familiar. Por ello, resulta curioso que las directivas y directivos consideren en un porcentaje importante que no existen obstáculos a la carrera académica (3). Esto es preocupante porque son precisamente estos quienes lideran o dan visto bueno a las políticas de inclusión.
Es más: algunos estudios (5) demuestran que las mujeres son menos consideradas para dictar seminarios o participar como expositoras en conferencias internacionales (no olvidemos que la participación en estos eventos forma parte importante de la evaluación académica). Esta diferencia es aun mayor que la existente entre científicos y científicas de clase mundial, por lo tanto se trataría de la subrrepresentación de una subrrepresentación (muy Inception).
Así lo explica la doctora Hannah Dugdale, quien ha publicado sobre el tema: «Es importante que entendamos por qué ocurre esto y qué podemos hacer para solucionarlo. La ciencia de alta calidad hecha por mujeres tiene una baja exposición a nivel internacional y esto está restringiendo el desarrollo de la biología evolutiva»... Y de la ciencia en general, podríamos agregar: las mujeres académicas ganan menos, son promovidas con menor frecuencia y publican menos estudios que sus pares hombres (5). O sea, una parte importante del cuerpo académico, que ha hecho aportes significativos a su disciplina, no está recibiendo la misma consideración que sus colegas hombres.
Por otra parte, la percepción de las brechas de género difiere mucho entre hombres y mujeres. Así lo deja en evidencia el mayor porcentaje de académicas, directoras y estudiantes mujeres que consideran que el trato igualitario, la promoción de una cultura de igualdad de género o las estrategias de prevención de acoso sexual o discriminación no existen de manera efectiva en estas disciplinas (y esto se liga directamente con la idea que tienen directivas y directivos de que no existirían obstáculos a la carrera académica) (3).
El estudio de Conicyt también nos dice que existe una menor proporción de mujeres en todos los estamentos, pero esta brecha se agranda a medida que se avanza en la carrera académica. Y, como existe un porcentaje no menor de directivos, directivas y académicos que creen que no existen obstáculos a la carrera académica, significa que subyace la idea de que quienes no triunfan en esta área es porque no quieren. O sea, las mujeres no serían «grandes» investigadoras ni obtendrían cargos directivos porque no les apetece, porque no les gusta la alta competitividad, o cualquier otra razón de índole personal. Lo extraño es que esta visión ignora incluso asuntos básicos de biología. Obviemos el asunto de la crianza: si una académica «decide» tener un hijo, es casi seguro que estará cerca de un año fuera de la academia, lo que ya la situará en una desventaja enorme con respecto a sus pares masculinos.
Pero las licencias pre y posnatales no son el único problema (y no son el más grande): como hemos visto, existe un entorno muy adverso para que las mujeres ejerzan la investigación científica. Y este problema empieza en la niñez.
Divisiones que dañan la ciencia
El Informe GET: Género, educación y trabajo, realizado por Comunidad Mujer da cuenta de un fenómeno muy interesante: si bien las niñas y mujeres jóvenes son quienes presentan mayor tasa de aprobación y menor abandono escolar que los varones (tanto en educación básica como en media), existen estímulos diferenciados para niños y niñas. Es bien conocido que las estudiantes tienen menor desempeño en matemáticas que sus compañeros varones en pruebas estandarizadas y mejor desempeño en lenguaje: lo que es menos conocido es que en 23 países que participan de la prueba PISA no hay brechas de género en los puntajes obtenidos. Esto significa que, si descartamos la peregrina idea de que en esos 23 países no habitan seres humanos sino reptilianos asexuados (?), la diferencia en el desempeño de matemáticas no tiene que ver con ser mujer, sino con sesgos de género. O sea, es producto de una educación sexista (6).
Es más: una investigación de Mizala, Martínez y Martínez (citada en el Informe GET) da cuenta de que las y los estudiantes de pedagogía ya tienen expectativas distintas de los niños y niñas: consideran que ellas tendrán peor desempeño en matemáticas que ellos. O sea, aspirantes a la docencia que ni siquiera han entrado al aula ya creen saber el desempeño de sus estudiantes basándose exclusivamente en si visten de celeste o rosado (6).
¿No se ha desmoralizado lo suficiente? Entonces le invitamos a revisar el informe de la prueba PISA que compara los desempeños de diversos países en esta prueba estandarizada: en él, se ve cómo Chile tiene un desempeño mucho más bajo que el promedio de los países evaluados en ciencias, matemáticas y lenguaje, pero además tiene una enorme brecha de género y socioeconómica. De hecho, aunque otros países de Latinoamérica también tienen un bajo desempeño académico, al menos no están tan mal en cuanto brechas de género y/o socioeconómica. Curiosamente, países como Finlandia (muy alabados por su sistema educacional), también tienen una brecha de género importante, aunque destacan en casi todo lo demás. Ahora, el país que tiene un desempeño brillante en todos sus indicadores es... Canadá. Otra razón más para huir allá si usted vive en Estados Unidos (7).
¿Y qué podemos hacer?
Esta es, quizás, la pregunta más difícil de responder. El estudio de Conicyt da algunas propuestas de corto y mediano plazo, y también destaca el hecho de que en la academia hay interés por aplicar este tipo de medidas. Pero con matices.
La experiencia de otros países indica que promover medidas pro igualdad en el área puede ayudar a suplir estas brechas. Sin embargo, el mismo estudio muestra que, ante preguntas sobre el tema, los hombres tienen menos disposición a incorporar becas especiales para mujeres en STEM (69% de las mujeres vs. 37% de los hombres) o a crear cupos especiales que aseguren un porcentaje mínimo de mujeres en las áreas STEM (54% de las mujeres a favor vs. un 28% de los hombres) (3). Y recordemos que son los hombres quienes dominan el ámbito directivo.
Los argumentos que dan para oponerse a esta becas y cupos especiales son muy conocidos.
Estos argumentos ignoran el hecho de que existen brechas de base, que empiezan en la infancia y se acentúan a medida que se suben peldaños en el sistema educacional. O sea, si una mujer se siente interesada por la carrera científica, no sólo tiene que enfrentarse a una educación sexista, a sesgos de género en evaluaciones, al acoso sexual en la universidad, al menosprecio de sus pares y a los costos de la maternidad, sino que además al hecho de que algunos directivos no quieren darle otra oportunidad para «evitar tensiones» entre los estudiantes hombres o para no hacerlas sentir «inferiores».
¿Y por qué debería importarnos? ¿Acaso no hay suficientes científicos con los hombres?
Por una razón muy básica: porque la ciencia se enriquece cuando en ella trabajan personas con talento, independiente de lo que tengan entre sus piernas. Si alguien tiene talento para la música pero no tiene dinero para comprarse un instrumento y nunca ha tenido buenos profesores, ¿usted le negaría una beca en un instituto excelente sólo porque no quiere hacerle sentirse «inferior» ante otros estudiantes adinerados? ¿Entonces por qué hacer algo similar con las mujeres que tienen talento para las ciencias?
Para concluir, y si aun no cree que romper estas brechas sea importante, deje que el científico y divulgador Neil DeGrasse Tyson se lo explique con manzanitas.
«Mi experiencia de vida me dice que cuando no encuentras gente negra o mujeres en ciencia, es porque estas fuerzas [de la sociedad, que intentan bloquearle las oportunidades a grupos discriminados] son reales, y yo tuve que sobrevivir a ellas para estar aquí. Así es que antes de hablar de diferencias genéticas, debemos desarrollar un sistema que brinde oportunidades equitativas: sólo entonces podremos tener esa conversación».
Referencias
1.
Morrón, Laura. «Vera, la espía de las estrellas (I): los misterios del cielo nocturno». Disponible acá
2.
OECD (2012). PISA 2012 results: The ABC of Gender Equality in Education: Aptitude, Behaviour, Confidence. Disponible en http://www.oecd.org
3.
Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt, 2016). «Realidad nacional en formación y promoción de mujeres científicas en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas». Disponible en http://www.conicyt.cl/
4.
Cerros Rodríguez, Elisa; Ramos Tovar, María Elena (2015). «Discurso de género y emociones en mujeres académicas de alto rendimiento». Disponible acá
5.
Rebolledo, Alexis (2016). «Todavía existe una baja exposición del trabajo de las mujeres en la ciencia». Disponible en http://rebdo.org/
6.
7.
OECD (2015). «PISA 2015 results». Disponible en https://www.compareyourcountry.org/pisa
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